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domingo, 22 de noviembre de 2015

Crítica "Ocho Apellidos Catalanes"

Acabo de ver “Ocho Apellidos Catalanes” con mis primos, y siento la necesidad de hacer un análisis de la película. Esta es mi particular visión, y por tanto quiero advertir que lo que aquí describo es fruto sobretodo de mi experiencia personal como espectador. También advierto de que hay multitud de spoilers, es decir, que comento contenido explícito de la película. Si quieres ver la película, no sigas leyendo.

Antes de abordar la crítica de esta secuela, quisiera dejar claro que a mí sí me gustó la primera parte. Me reí con “Ocho Apellidos Vascos” y la considero una buena película, en tanto que cumple con el objetivo que promete y que es coherente argumentalmente hablando, más allá de una ejecución técnica impecable (¡qué hermosos paisajes!). La opinión general de la segunda, sin embargo, es una ligera decepción.

Creo que es básico, a la hora de analizar esta película, hacerlo desde dos perspectivas totalmente diferentes que llevan, en mi caso, a sendas sensaciones bastante distintas entre sí. La primera perspectiva es la del espectador, el análisis cinéfilo propiamente dicho. La segunda, que es inexcusable en una pieza como esta, es la perspectiva como catalán. Creo que la mala recepción que la crítica catalana ha hecho de esta película tiene muchas veces que ver con la confusión de estas dos perspectivas.

PERSPECTIVA CINÉFILA

Desde un punto de vista puramente cinéfilo, creo que la película cumple bastante con lo que promete. Es una comedia romántica que peca de lo que pecan todas las comedias románticas; es previsible, es ñoña, es plana y superficial. Quizá su mayor error es que peca en exceso: es demasiado previsible, es demasiado ñoña, etc. Partiendo de la base que repiten las figuras protagonistas, nadie duda en ningún momento de que Rafa acabará con Amaia, no hay nada malo en ello. Pero, ¿hace falta que sepamos enseguida, nada más presentar a los personajes, que Pau acabará con Judit? ¿De verdad tienen que estar todos los personajes emparejados? Por un momento he temido que la abuela acabara con el mayordomo (bien interpretado por un totalmente desaprovechado Pep Sais). En “Ocho Apellidos Vascos”, todos sabemos enseguida que la pareja protagonista acabará unida, repito, como en todas las comedias románticas, pero disfrutamos de las peripecias que ocurren durante la trama. El trabajo del guionista no es mantenernos en vilo sobre qué pasará, sino convencernos de que hacen buena pareja para que cuando ocurra lo inevitable ése sea el final que andábamos buscando. En esta entrega, se echa por tierra todo lo que se había logrado en la primera; no se explica de forma adecuada por qué Rafa la dejó escapar, más allá de que, como es un hombre, es un machista mujeriego que tiene miedo al compromiso (gracias por la confianza en nuestro género, bienvenidos de nuevo a los noventa). Al mismo tiempo, tampoco queda claro por qué serían una buena pareja, siendo que no se nos da ninguna información nueva respecto a la primera, y sabiendo que eso no ha sido suficiente para mantenerlos unidos. Ni siquiera logramos entender qué ve ella en él: después del discurso de los seis botes de desodorante, ¿qué es lo que hace adorable a este machista inmaduro? Más allá del discurso desfasado en el que ella necesita a un hombre que la salve (ella dice que necesita a alguien que le plante cara a su ex-novio si este se planta dos días antes de la boda, alguien que luche por defenderla), su reencuentro resulta para nada creíble. El problema principal de la película es que como espectador no llego a desear que estén juntos como sí lo deseaba en la primera. Por mucho que bailen un vals en medio de la masia, momento que he elegido como el que más detesto del film, por ñoño y anticuado. No es extraño, por otra parte, que al guionista no le dé tiempo a convencernos de la pareja protagonista cuando se pierde tanto tiempo en una lista de secundarios interminable e innecesaria. En la primera, los cuatro principales hacían un equilibrio perfecto, un nivel de enredo fácil de seguir y una trama rítmica y coherente. Aquí, se pierde el tiempo con una gallega que no nos interesa porque ni empatizamos con ella ni nos suscita ningún misterio, al desvelar enseguida que será la que saque de en medio al obstáculo principal. Por si no nos queda claro, la abuela la confunde con la prometida y le coge tremendo cariño. Gracias por la aclaración. La película también pierde el tiempo con los insufribles amigos andaluces, dos payasos con camisa que no hacen sino ralentizar la trama (¿hacen falta dos?), con esos guardias civiles que prometen un final de traca que NO cumplen, con los refugiados en el bar que se sienten españoles, que no nos aportan nada ni dotan siquiera de ciertos matices a la crítica a Cataluña, con el alcalde, y con un metraje excesivo de rodaje en Andalucía que cuece muy muy lentamente un planteamiento para no llegar a ningún nudo. En contraposición, cabe alabar que la película no peca, como sí pecan a menudo las secuelas, y como nos quiere hacer creer alguna crítica catalana de que peca, de una estructura exactamente idéntica a la primera. Aquí, se parte de un problema diferente, se plantean unos obstáculos diferentes y además el desarrollo de la acción es totalmente distinto. Esta distancia con la primera no es, sin embargo, algo positivo. La película decepciona, lógicamente, como lo hacen las secuelas al enfrentarse a unas expectativas tan altas, pero creo sinceramente que no decepciona tanto como se esperaba ni tanto como nos quieren hacer creer algunos. Además, hasta el momento de la boda es bastante ágil y conserva muchos chascarrillos, y creo que cumple con lo que promete el género cinematográfico y el público a la que va dirigida. Técnicamente es menos potente al ser también más ambiciosa: esos efectos por ordenador de los planos aéreos de España son de vergüenza ajena. También el montaje está mal planteado; las escenas son demasiadas y mal ordenadas. Toda la boda es un lío en que hay demasiados personajes y tramas que se solucionan atropelladamente y de forma muy poco natural. Tampoco se aporta ningún clímax, al anular la entrada de la guardia civil y al plantear la irrupción de Rafa en la boda de la forma más clásica y superficial. A pesar de todo, el aspecto global de la película es aceptable, aunque reconozco que el análisis que hago no es muy optimista porque me centro en sus defectos. Tampoco ayuda que centre mi crítica en el aspecto argumental, que es donde la película más flojea.

PERSPECTIVA CATALANA

Como catalán, la película no hay por donde cogerla. Creo que el principal atractivo de la primera película era el trato de la figura del vasco (porque en lo referente a la trama romántica, no planteaba ninguna novedad). Pienso que se conseguía que todos nos riésemos de los vascos, y que los propios vascos fueran los primeros en hacerlo.  Para empezar, la película les mete mucha caña, y tira de los clichés más clásicos añadiendo otros menos conocidos, que confieren matices a los personajes. Todos sabemos que los vascos son brutos, que hablan peculiarmente, conocemos el movimiento abertzale y también su situación política. Y eso queda muy bien reflejado en la película. Pero también se reflejan bromas que son menos universales y que van para los que los conocemos personalmente o hemos pasado ahí alguna temporada: es el caso de la escena del restaurante en la que se parodia lo mucho que comen los vascos, un chascarrillo no tan trillado como que son unos brutos, por ejemplo. En “Ocho Apellidos Catalanes”, en cambio, se puede apreciar un temor a ofendernos y con esa cobardía no se nos mete tanta caña como la que se les mete a los vascos. En vez de eso, se parodia la situación política en la que se encuentra Cataluña y se cae en los clichés manidos, sobretodo en el de que somos tacaños.  Se nos describe como tacaños e independentistas. Y ya. Quizás la figura a la que se mete más caña y más se parodia es al hipster de Barcelona, que sólo representa el espíritu de la capital y que además desentona en el ambiente de pueblo. En lo que respecta a la situación política, no se le saca toda la enjundia posible al tema independentista: sólo se plantea desde la distancia y sin entrar a criticar nada más que el hecho en sí de independizarse. Quizás sea una excepción a esto el comentario del boicot a productos españoles. Más allá de eso, la película es un anuncio del Ministerio de Turismo donde se mezcla todo el merchandaising independentista posible. De esa forma plana, se presentan las tradiciones catalanas sin reírse suficiente de ellas; ahora comemos calçots, ahora hacemos castells, ahora bailamos sardanas. Y luego, volvemos a una escena de los andaluces comiendo jamón (hacía rato que no salían). Cuando se rompe el molde y el protagonista interactúa realmente con las tradiciones, lo hace desde la absoluta inverosimilitud. ¿De verdad alguien cree que un espontáneo puede escalar un castell sin que nadie se lo impida y sin que ni siquiera los miembros del tronco le hagan ningún comentario? ¿Y el cap de colla, dónde está? ¿Ha muerto? ¿Está esperando pacientemente a que un desconocido sin faja baje para continuar levantando el castell? ¿O quizá pretende hacer subir a los demás una vez se haya colocado? Si tomamos esto como veraz, no entraré a preguntar de dónde ha sacado una camisa y un pantalón casteller o por qué alguien aún se está enfajando cuando las grallas ya están sonando desde hace rato (unas grallas tremendamente desafinadas). Más allá de la absoluta frialdad con la que se trata el catalanismo, como si de un escaparate independentista se tratara, sin entrar a parodiarlo o defenderlo como sí se hacía en la primera, lo realmente incómodo es el retrato y el papel que tienen los catalanes en la trama. En la primera, más allá de reírse de los vascos, estos resultaban entrañables y acababas enamorándote de esos personajes. Aquí, en cambio, sólo inspiran rechazo. Para empezar, los dos personajes principales catalanes son los antagonistas de la película, con todo lo que esto supone. Rosa M. Sardà interpreta impecablemente a la típica suegra bruja, mal encarada, amenazante y antipática. El público la ve como el principal obstáculo, más incluso que el rival de Rafa. Berto Romero interpreta a un personaje que, si bien está definido bastante positivamente, es tratado por la película de forma negativa. Me explico. Pau tiene cualidades positivas: es moderno, es un artista sensible, y trata a Amaia como su musa, la respeta y la quiere. Sin embargo, la película plantea estas cualidades como ridículas, y hace que el público crea que es un gilipollas. Quiero dejarlo claro; no me gusta el personaje porque está pensado para que no me guste. Pero visto con perspectiva, la película explica como un catalán que sale con una vasca que respeta y quiere, recibe con los brazos abiertos a su ex-novio andaluz, lo acoge en su casa, se hace su amigo (“yo soy tu picha”), ¡e incluso le perdona que interrumpa la boda! Para que la vasca decida irse con el andaluz porque representa el macho que viene a salvarla, que la dejó, que se ríe de su flequillo y de su manera de ser y que es claramente inmaduro. Lo peor es que la película no tiene reparos en explicarte esto haciendo que el machista te caiga simpático y presentándote al pintor, poeta y novio sensible como un gilipollas a través de un postureo excesivo y una actitud de modernillo insufrible. El único personaje catalán que se entiende realmente con el protagonista y que llegamos a ver como entrañable, resulta ser en realidad gallego. Por otra parte, los funcionarios que se sienten españoles son representados como personas ajenas al resto del pueblo, que se tienen que tatuar la bandera en el pecho y que comen jamón siempre que sea ibérico. Así, la película expone que viven en Cataluña dos tipos de catalanes: los independentistas que bailan sardanas y hacen castells y los españolitos que beben Rioja y que adoran a los dos payasos andaluces. Lo peor es que la película retrata como estas personas conviven sin tensiones y por eso pueden pactar sin problemas quedarse encerrados en un bar a cambio de vino e ibéricos. Todo es como muy plano, sin conflictos. Y como ponemos una estelada del tamaño de un portaviones en el tráiler, ya podemos decir que nos reímos del tema de la independencia. Pero la película se queda bastante corta.


El principal peligro de esta película es que su cobardía le impide reírse de los catalanes de forma compleja o inteligente, pero a la vez mantiene (queriéndolo o no) un mensaje subterráneo donde los catalanes representan lo negativo, los antagonistas, los enemigos de los personajes que nos gustan. No se entrelazan las historias y de hecho el guión plantea a los vascos y andaluces buscando la simpatía de los catalanes, esforzándose en caerles bien, pero no lo consiguen porque los catalanes somos imbéciles, al parecer. Más allá de eso, podría decir que como comedia romántica cumple con lo que promete, pero por mucho que haya hecho un análisis en dos claves diferentes, creo que en un caso así no se puede soslayar una de las dos perspectivas. El balance es, pues, decepcionante.

miércoles, 1 de febrero de 2012

El Arte como Inspiración

Hoy dedico la entrada a alguien muy especial. Esa persona no es otra que mi Inspiración (ella ya sabe quién es). De todo lo que hemos dicho hasta ahora sobre el Arte, hay algo que hemos soslayado pero que es algo que comparten todos los artistas, y que es precisamente aquello que la gente ve inalcanzable y por lo que muchos no se creen capaces de hacer Arte. Y eso es la inspiración. Todos, sepan más o sepan menos sobre técnica, método o historia, generan su obra a partir de una idea, que puede aparecer en el momento más inesperado. Lo que yo vengo a defender es que la Inspiración puede hallarse en cualquier cosa, ya que las ideas están formadas por tan finas hebras que todo espacio o compañía pueden llevarnos hasta ellas.

Otro asunto es que sepamos verlas… A menudo gente corriente se compadece pensando que lo del Arte no está hecho para él o ella, pensando que los artistas tienen un talento innato, único e inalcanzable. Sin embargo, la diferencia entre los artistas y la gente corriente no es la cantidad de Inspiración, sino la predisposición a hallar la Inspiración. Las hebras que nos llevan a las ideas más maravillosas están ahí para todos, pero sólo los artistas las buscan. Por tanto, en la medida en que las busques, las encontrarás. ¿Quieres ser un artista? Piensa. ¿Quieres crear Arte? Vive. Vive y siente muy fuertemente todo lo que vives, reflexiona sobre lo que haces y lo que dices, y el Arte ya vendrá por sí sólo. Quizás la Inspiración te venga leyendo estas líneas, quizás te venga comiendo un helado. Quizás te pille en el baño. Simplemente, estate preparado para recibirla.   




miércoles, 18 de enero de 2012

El Arte como Sugestión

Si entendemos, como afirmábamos la semana pasada, que el Arte es inteligencia porque comprende el mundo y genera nuevas visiones de él, tenemos que ser coherentes y razonar que el Arte no es un proceso individual. El Arte es algo compartido, algo que se produce por muchas cosas y que no se limita al talento personal ni íntimo. El Arte está dentro de la Sociedad de la misma manera que la Sociedad queda retratada dentro del Arte. El Arte tiene un aspecto único, pero se produce de forma colectiva.

No es raro, por tanto, que uno de los objetivos del Arte sea establecer una conexión con esta realidad exterior, crear un vínculo especial. El Arte pretende sugerir ideas a su observador, y por eso podemos hablar de Arte como sugestión. Según Wikipedia, la sugestión es el proceso por el cual un ente manipula conceptos y emite una información para guiar o dirigir los sentimientos, pensamientos o comportamientos de una persona. Lo interesante de ello es poder admitir que el Arte cambia de alguna manera nuestro mundo, pues cambia nuestra manera de pensar, de sentir… y al cambiar nuestra manera de comportarnos, también cambia nuestra relación con otras personas, y así, más rápido de lo que se coge un resfriado, medio planeta puede cambiar por el Arte que produce una sola persona.

En la escuela, es importante sugerir ideas determinadas a nuestros alumnos para que empiecen a crear, sobretodo entendiendo al maestro como un orientador de sus creaciones. Pero también es importante enseñarles a sugerir, y sobretodo a saber identificar cuándo se les quiere sugerir algo, para darles la libertad de dejarse o no llevar por esa sugestión. Es parecido a cuando les enseñamos a ser críticos con lo que leen. Y es que el Arte también se puede leer, y no siempre de izquierda a derecha…

Os dejo hoy con otro de mis doblajes, para los fans de Pesadilla Antes de Navidad (para los latinos, El Extraño Mundo de Jack, para los italianos, me parece que en Italia el título quedó en versión original, The Nightmare Before Christmas), la canción de Oogie Boogie. 


viernes, 13 de enero de 2012

El Arte como Inteligencia

Cuando hace algunas entradas hablábamos de cultura, diferenciábamos el adjetivo “culto” del adjetivo “inteligente”, definiendo al primero como “ser conocedor de una cultura”. Ahora bien, ¿qué hay del segundo? ¿Qué significa ser inteligente? Según la RAE, alguien dotado de inteligencia es alguien que comprende, que entiende, que resuelve problemas, que tiene habilidad o experiencia. La definición parece muy centrada en comprender, entender lo que nos rodea. Sin embargo, siempre ha existido un movimiento que defiende que todo el mundo es inteligente. Pero claro, no todo el mundo comprende lo ajeno igual de bien, y aquí es donde aparece nuestro amigo Howard Gardner, que postula que la inteligencia adopta muchas formas, y eso es lo que hace posible que todo el mundo sea inteligente (porque lo que es cierto es que todo el mundo es bueno en algo). Así, aunque seas un zoquete que no sabe unir una palabra tras otra, puedes llamarte inteligente siempre que juegues bien al tenis (porque tienes inteligencia cinestésica).

Personalmente, no creo en esa teoría; sí creo que sean necesarias ciertas cualidades para según qué actividades, y sí creo que todo el mundo tiene un don (o más), pero no creo que todo se pueda llamar inteligencia. Estoy de acuerdo con lo que postula, pero no con la terminología que utiliza. Sin embargo, si siguiésemos esta teoría (muy respetada y extendida, por otra parte, cosa lógica porque todo el mundo quiere saberse inteligente), lo siguiente que cabría preguntarse es: ¿existe una inteligencia artística? Según Gardner, tanto la musical, la cinestésica y la espacial sirven para habilidades artísticas. Yo digo que todas ellas se pueden resguardar bajo la inteligencia generadora, que introducimos el otro día en clase. Aunque tampoco la llamaría inteligencia, la generadora viene a introducir la capacidad de convertir nuestros deseos en acciones, de crear ideas y situaciones a través de nuestra mente. Para mí, el Arte es creación, traducción, interpretación… y también inteligencia. Porque el Arte comprende, entiende el mundo, y genera nuevas visiones de él.

En la escuela, es especialmente interesante este debate porque lo que sí es cierto es que sólo se celebran la elocuencia y la lógica, pero no la creatividad, la imaginación, la competitividad o la capacidad generativa (en clase llamada inteligencia generadora). Esto es algo que hay que cambiar porque, como ya defendía Gardner, los niños se preparan para un mundo cada vez más complejo.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

El Arte como Creencia

La creencia es un estado de la mente en que se tiene como verdadero el conocimiento que se tiene sobre un suceso o una cosa. Esto es, se cree como verdadero lo que nosotros pensamos de algo. Muchas de las creencias que tenemos se pueden afirmar o desmentir mediante conocimientos objetivos que se tengan sobre el tema. Sin embargo, cuando entramos en el mundo espiritual, la creencia no puede evolucionar a conocimiento, puesto que no existe nadie ni nada que tengan la verdad absoluta sobre lo que espera más allá. Pero el ser humano es curioso por naturaleza, y al intentar explicar esas creencias, crea la necesidad de una religión, donde todo aquello que no depende de él es porque depende de un ente superior (en ese sentido, podríamos definir al agnóstico como el no curioso, que considera inalcanzable la explicación del más allá, y al ateo como el que no cree que el más allá esté en manos de un ente superior).

El Arte como Creencia es en realidad una herramienta; el Arte es ahora el utensilio con el que, sin querer, definimos nuestra sociedad. Con esto lo que quiero decir no es que todo ritual de una religión sea Arte, sino que cuando explicamos, con el Arte, dicho ritual, también definimos la sociedad que asiste al ritual y, por ende, la cultura que sigue esa religión. Tomése como ejemplo el cuadro Entierro en Ornans. Aunque un funeral no sea necesariamente Arte, Courbet usó el Arte para retratar un funeral, y al hacerlo definió (y queriendo o no, criticó) la sociedad europea del siglo XIX. Una sociedad hipócrita, tan sólo preocupada por la apariencia, donde el ritual religioso es más bien un trámite burocrático para el cura y un evento social para las viudas plañideras que falsamente se lamentan en el fondo.

Puesto que la religión forma parte de nuestras tradiciones, la escuela no puede excluirla de su programa. Es importante educar en el sentido religioso que tienen nuestras costumbres sin necesidad de promover la práctica espiritual. Es decir, no hay que obligar al niño a rezar por las mañanas en una escuela pública, pero sí que hay que explicarle por qué tiene vacaciones en Semana Santa. Pero claro, esto es tan sólo un punto de vista…


miércoles, 23 de noviembre de 2011

El Arte como Traducción

Cuando hace unas entradas me refería al Arte como Interpretación, opiné que se entendía que una reinterpretación de una obra de Arte podía ser a su vez Arte dependiendo de la forma de expresarlo y del impacto que esta reinterpretación tenía sobre la gente. Hoy introduzco un nuevo matiz; la traducción. La traducción es una reinterpretación de algo que busca la comprensión de una comunidad (concretamente, de la comunidad a la que pertenece el traductor). Cabe distinguir, pues, entre la reinterpretación que hizo Miró de la obra de Sorgh que ya mencionamos (reinterpretación basada en la sensación personal del autor y que no buscaba necesariamente hacer la obra más comprensible para nadie) y la traducción al castellano de una canción inglesa que haya tenido éxito (donde lo que se busca es precisamente hacer la obra más comprensible –no más tierna, ni más alegre, sólo más comprensible- a la comunidad hispana).

En el Arte más comercial (películas, discos, novelas), es común traducir aquello que tiene éxito a diferentes idiomas para que llegue a todo el mundo. Yo tengo la firme creencia de que la traducción se convierte entonces en un Arte, puesto que no nos limitamos a una traducción literal palabra por palabra; substituimos las expresiones originales por expresiones típicas de nuestra lengua, e incluso he llegado a ver diálogos de series americanas que se referían a personajes populares típicamente españoles, porque el traductor y el doblador desean que el público entienda perfectamente el sentimiento que se quiere evocar, y para eso hay que contextualizar el diálogo en cada sociedad. Un ejemplo: el señor Burns se burla del miedo de Smithers (ambos de la popular serie “Los Simpson”) estando en un cementerio, ante la posible aparición del Tío Camuñas. Sin duda en la versión original, el señor Burns mencionaba algún fantasma típicamente americano. Sin embargo, nótese que no se traduce el nombre de Frankenstein ni se substituye por ningún otro, creyéndolo suficientemente conocido en España.  

Hoy os dejo una sola muestra de las canciones y series famosas que he traducido y doblado al catalán por cuenta propia, como prueba de que es posible crear Arte traduciendo, y que se establece con ello un vínculo con una comunidad. Pero antes, una reflexión; la traducción existe como necesidad en el mundo del Arte literario, pero, ¿podríamos llegar a traducir un cuadro? ¿O una escultura? Ahí lo dejo…